28 mar 2011

Pedagogía lucrativa

Publicado en El Comercio, 28 Mar. 2011

La carencia de lugares donde estudiar es historia. La oferta no ha parado de crecer al ver lo rentable que es este negocio. Sin embargo, la falta de una visión a largo plazo enturbia su futuro


Si nuestros bisabuelos vivieran, se escandalizarían al escucharnos decir que queremos poner un colegio porque “es un buen negocio”. Y se quedarían aun más perplejos si les comentáramos que hasta los bancos o los fondos privados de pensiones (AFP) invierten en centros de estudios. Porque en el pasado, como bien recuerda Dextre Chacón, presidente del directorio de la Universidad Científica del Sur, la educación era una actividad filantrópica que no pagaba impuestos, pero tampoco generaba utilidades para repartir entre los inversionistas. Y fue labor del Estado, la Iglesia o algún millonario interesado en hacer donaciones, hasta que Fujimori y el ministro de Economía de aquel entonces, Carlos Boloña, crearon un nuevo marco legal que permitía construir un colegio o universidad simplemente para ganar dinero. Claro, también podían seguir existiendo las asociaciones sin fines de lucro, las cuales hoy están exoneradas solo del pago del Impuesto a la Renta si reinvierten todas sus utilidades.

Abierta la puerta, la multiplicación de la oferta privada fue natural, porque existía una alta demanda desatendida y los ingresos de la población fueron mejorando. Así, en menos de 20 años se pasó de tener menos del 15% de educación privada en el país a cerca del 30%. Ricardo Cueva, director de Ipsos Márketing en Ipsos Apoyo, explica que para los padres de familia de todos los estratos sociales lograr un ‘cartón’ o título profesional para sus hijos es una prioridad, algo imprescindible para lograr “un futuro mejor”. Además, aclara, existe el convencimiento de que los servicios privados son mejores que los públicos, y por eso están dispuestos a invertir “lo máximo posible” en un colegio o universidad privados.
La importancia de la educación superior, complementa Antonio Alvarado Patiño, director de gestión comercial de ISIL, incluso ha subido dentro la escala de prioridades de las familias. Hoy el rubro de educación, según el Estudio de Intenciones de Compra 2011 preparado por ISIL, se encuentra en segundo lugar, solo superado por la alimentación. Y en la composición de la canasta de consumo del INEI, la enseñanza ha pasado de ser la séptima en importancia en el 1994 a ocupar el segundo lugar en el 2009.

IMPARABLES


El crecimiento de la oferta educativa se ha acelerado, según Justo Zaragoza, director del grupo Educación al Futuro, porque atender la demanda no implica contar con elevados capitales de inversión y el retorno se aseguraba con un cliente cautivo por cinco o diez años. Para las profesoras de clase media, refiere, es atractivo alquilar una casa (US$60 mil), comprar útiles (US$100 mil), contratar mano de obra barata (S/.1.500 mensuales por profesora) y montar un nido para el barrio. En las zonas periféricas, los costos para iniciar un colegio son similares (comprar un terreno y construir un local por US$130 mil), y los ingresos (calculados en S/.1 millón anuales) están asegurados, aun cuando la calidad sea mediocre porque los padres no son muy exigentes. “Es un negocio complicado y atareado, pero si se tiene vocación pedagógica la permanencia está asegurada”, agrega Zaragoza.

En los niveles socioeconómicos A y B, la situación es un poco diferente. Cueva coincide en que también se trata de un buen negocio, con una rentabilidad neta estimada por encima del 30%, pero los montos de inversión son mucho mayores, la exigencia de calidad es superior y por eso se cobran pensiones que van entre los S/.650 y los S/.3.000. De hecho, “el ratio de ingreso a los colegios más demandados de los NSE A y B de Lima es más exigente y complicado que el ingreso a muchas universidades, debido a que existe mayor demanda que oferta de calidad. Hoy en día, un padre de familia puede darse con la sorpresa de que la pensión mensual de los 5 colegios más caros de Lima es mayor o igual que la pensión de las 5 universidades más caras de la ciudad”, complementa Elsa del Castillo, directora de la Escuela de Postgrado de la Universidad del Pacífico.

Asimismo, en estos segmentos se observa un fenómeno diferente: la segmentación. La oferta se especializa por métodos educativos, estilos de enseñanza, religión, dificultades de aprendizaje u otros valores agregados. Aquí los negocios siguen siendo medianos, comenta Cueva, pero también surgen alternativas que pertenecen a grandes grupos económicos o están asociados a alguna universidad, como la San Ignacio de Loyola. Pero eso no es todo. Zaragoza añade que también se logran montos interesantes de facturación (S/.20 millones aprox.) bajo el modelo de franquicias educativas, que tienen al grupo Pamer como principal exponente. Ellos nacieron en los ochenta como academia preuniversitaria, cuando las opciones de ingreso eran 12 a 1. Hoy, uno de cada tres postulantes ingresa, las academias son menos demandadas y la garantía de ingreso se ofrece a través de un buen colegio preuniversitario.

¿FINES PERVERSOS?

Si damos el salto y miramos el mercado de estudios superiores, encontramos una conducta parecida pero manejada a mayor escala: para atender la inmensa demanda han llegado a existir 110 universidades que para operar han requerido una inversión mínima de US$1,2 millones. Sin embargo, el perverso problema de tener mucha oferta de poca calidad se agrava a este nivel, según Cueva, porque se hacen inversiones en infraestructuras simples que pueden recuperarse rápido y se atiende el deseo de un título sin mirar las necesidades laborales del país. “No invierten en carreras que requieran laboratorios costosos o alta tecnología, sino que ‘producen’ 10.000 abogados al año que no tendrán dónde trabajar”, añade Zaragoza, quien considera que de esta manera se logra tener más de 25 locales que permiten facturar más de US$250 millones, pero no se generan investigadores, patentes o aportes al sector industrial.

Y si bien en el camino han ido desapareciendo algunos centros educativos mediocres, Dextre Chacón recuerda que carecemos de certificaciones de calidad en los estudios de pregrado y posgrado que ayuden a los clientes (padres e hijos) a elegir mejores productos educativos.

DIVORCIOS

El problema que estos negocios de rápida expansión le generan al país va más allá de su sector, porque mientras el Perú crece a cifras envidiables en Latinoamérica, en el plano educativo se mantienen índices de muy bajo rendimiento (el Perú tiene el puesto 63 de 65 en la prueba PISA) y se corre el riesgo de quedarnos como una economía primaria, que no otorga valor agregado a su producción y no hace sostenible el bienestar económico.

Según los empresarios, la industria crece, pero sus demandas laborales no son atendidas por la oferta educativa. César Ostos, gerente de la división químicos de performance de BASF Peruana –compañía de capitales alemanes que ofrece productos para las industrias textil, de plásticos, pinturas y otros–, dice que en el país existe un déficit de técnicos medioambientales.

“Hay especialistas en medio ambiente, pero no muchos y las compañías se los pelean. Por ejemplo, en BASF Peruana hemos comenzado a trabajar el tema huella de carbono y en un futuro, el país necesitará más especialistas en este rubro, porque poco a poco la sociedad lo irá adoptando. También se debe comenzar a formar expertos en energías renovables, porque hay muchas alternativas de inversión en ese tema”, dice.

El país, según el ministro de Comercio Exterior, Eduardo Ferreyros, necesita técnicos capaces de innovar para lograr que la exportación de productos sea con valor agregado, y que no se dependa de los vaivenes de los precios internacionales de los commodities.

“La base de la competitividad es la capacidad de innovar y crear permanentemente, para lo cual una buena educación es clave”, añade Alejandro Indacochea, profesor de Centrum Católica, quien lamenta que el país no cuente con la educación que la industria necesita. Según comenta, cuando elaboraba el libro “Junín competitivo”, encontró que en Huancayo había siete universidades y todas ofrecían la carrera de Derecho, pero no habían desarrollado áreas como piscicultura, turismo o ingeniería agrícola, las cuales potencian el desarrollo de la región y se constituyen en las verdaderas necesidades por atender.

EQUILIBRIO

Este problema, según Cueva, no surge por la falta de una adecuada estrategia de negocios, porque la venta del ‘producto’ funciona en todos los niveles o estratos socioeconómicos (el crecimiento anual fluctúa entre 10% en colegios y 20% en universidades), sino por un problema de visión cortoplacista que no combate la inequidad (solo cinco instituciones brindan excelencia y sus egresados son más valorados en el mercado laboral). “Las instituciones académicas podemos actuar de manera emprendedora y buscar ser competitivas como empresas, pero (...) el rol social que cumple una entidad educativa exige dejar de lado las prioridades de repartición de excedentes y la inversión con retornos de corto plazo, para privilegiar la inversión constante en la mejora de calidad de la oferta académica. En educación hay que invertir en investigación, en infraestructura y en capital humano para dar un servicio excelente de formación. Esto exige una mirada de largo plazo”, afirma Elsa Del Castillo.

Y no se trata de invertir solo en edificios y ofrecer las carreras que atraen más a los escolares, sino brindar también lo que pide el mercado laboral y revalorizar el nivel técnico. Indacochea asegura que turismo, agroexportación especializada, forestal, piscicultura o biotecnología (atendiendo a nuestra biodiversidad), logística en transportes multimodales, entre otros, deberían ser ya tópicos presentes en los centros de educación superior.

Los catedráticos consultados coinciden en que se necesita un cambio en el sistema educativo nacional para optimizar la calidad en el mercado, pero eso no sucederá de la noche a la mañana. Un trabajo coordinado del Gobierno, los empresarios y las entidades educativas, sumado a una mayor regulación del Estado sobre la calidad del servicio (incluyendo certificaciones) y un mayor presupuesto para la investigación en innovación, permitirá que la educación salga del letargo en el que se encuentra. La clave será sumar esfuerzos, porque la experiencia nos ha demostrado que, en el mercado educativo, hace falta que alguien más (Gobierno e industria) ayuden a equilibrar la oferta y la demanda.

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