Publicado en El Comercio, 06 Abril 2011
Mi ‘mancha’ de millonarias
Martita, Juana, Carlito, Marilú, Analía, Silvana, George, Candy y Verónica. Esa era la patota de las mil y una aventuras. Filmábamos una película a diario, íbamos de compras por Miami o resolvíamos algún misterio. Éramos inseparables. Y no eran solo juguetes, eran mis más entrañables compañeras y todavía estarían en su enorme baúl (casa) de madera si, en una reciente mudanza, no las hubieran mandado en una caja de cartón a sabe Dios dónde. Antes de ellas hubo otra patota mucho más numerosa, heredada de mis tías, que yo siempre dejaba desperdigada por todos lados hasta que mi mamá decidió que debía regalarla a los cinco hijos de Victoria, nuestra lavandera.
Tengo que confesar que la inmensa mayoría de mis fieles compañeras era parte de la familia Barbie. Salvo honrosas excepciones –un melenudo argentino de tela adorable y el más lindo de los repollitos–, todos tenían cara de adultos y vivían novelescas aventuras al más puro estilo de “Toy Story 3”, incluyendo los innegables desencuentros románticos al más puro estilo brasileño.
Al igual que la mayoría de niñas de mi colegio, ignorábamos las críticas que generó Barbie entre los sociólogos y mucho menos sabíamos lo bueno que era el negocio de Mattel (hoy se venden 120 muñecas por minuto y una niña tiene en promedio 12 Barbies). Sí sabíamos, por referencia de mi abuela, que las muñecas no siempre fueron con cara de adultas y que esas enormes reliquias de porcelana con vestidos de encajes y seda que teníamos guardadas en una caja pertenecieron a la bisabuela y eran un lujo que en aquel entonces llegaban al puerto con gran ceremonia.
CASI ETERNAS
Las muñecas existieron casi desde siempre, porque las niñas siempre fueron niñas soñando con ser adultas, aunque la diferencia es que no siempre generaron lucrativos negocios. Los historiadores dicen que en Egipto, en el siglo XXI a.C., ya existían muñecas que eran enterradas en las tumbas como acompañamiento. También se encuentran testimonios de su existencia en las culturas griega y romana, cuando las hacían de marfil, pero su producción en masa data del siglo XVII y su producción industrial recién fue significativa en el siglo XIX, con los alemanes a la cabeza. El negocio prosperó en el siglo XX y tuvo una nueva etapa, más masiva, cuando Ruth Handler
creó la Barbie en 1959 a pedido de su hija, a quien le encantaba vestir a las muñequitas de papel. En aquel entonces la industria dejó el papel maché, la cera, el cartón y la porcelana para utilizar el plástico y promocionarse en televisión. Barbie no era tan lujosa como las francesas de porcelana ni tenía los detalles del acabado a mano de las inglesas, mucho menos los vestidos de diseñador de la Mariquita española, pero era linda, asequible y poseía cientos de vestidos y accesorios para decorarla y soñar con vivir cientos de roles.
Antes de Barbie, la mayoría de niñas se contentaba con tener solo una muñeca importada. Para los presupuestos más ajustados funcionaban bien las muñecas de trapo hasta fines de los años setenta e inicios de los ochenta, que fue cuando aumentó la importación clandestina de las bebes de plástico baratas. Elemento fundamental en su expansión fue la creación de galerías como Mesa Redonda, en el Centro de Lima, en las cuales era fácil encontrar originales y copias ilegales de los mejores juguetes de los grandes almacenes, pero a un precio hasta cinco veces menor.
APOGEO
Ni en Lima ni en provincias la venta de juguetes fue alguna vez un gran negocio propio. La juguetería solía ser parte de una tienda por departamentos o de una bodega. Tampoco tuvimos una gran industria nacional del plástico. Algunas cadenas de ventas de juguetes nacieron como pymes y desaparecieron sin mucha pena ni gloria, a excepción de la mayoría de galerías del Centro de Lima, que crecieron y prosperaron (un local que al principio valía US$2 mil hoy se vende por US$40 mil) para convertirse, junto con el ‘retail’, en un punto habitual de compra.
Ya para la década de los noventa, Barbie era un producto muy deseado y muchas niñas de diferentes clases sociales jugaban con ellas, ya sea porque las compraban en sus viajes al extranjero o en el mercado informal. Sin embargo, tal como precisa Olga Pinzón (senior mánager de licencias de la región), es recién en 1995 cuando se inicia la distribución oficial de Barbie en el país. Pocos años después llegaría la marca en una línea de ropa infantil y demás accesorios femeninos, pero recién el año pasado es cuando el crecimiento del negocio justifica crear una tienda exclusiva (boutique que incluye maquillaje para las niñas y fiestas de cumpleaños).
Hoy Barbie no está sola
–dura batalla tiene con Bratz y las princesas de Disney–, lo cual ha permitido que el acceso y los precios sean mucho más democráticos. Sin embargo, en nuestro país el negocio no será tan millonario como en otras latitudes (Mattel facturó US$5.856 millones en el 2010) hasta que muñecas autóctonas, como la de Dina Páucar, se apoyen en exitosas estrategias de márketing y logren ser tan deseadas como las marcas importadas.
(Ver fuente original)
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