Publicado en El Comercio, 12 Ene 2011
Sacando copias en la bodega
Allá a mediados de los noventa, cuando cursaba la secundaria, las tareas las hacía yo –o mi mamá– solita. Si había que hacer una exposición, pues leíamos la enciclopedia, comprábamos cartulina, ensayábamos la letra en papel bulky, recortábamos imágenes de las revistas, nos aprovisionábamos de miles de colores, témperas y plumones, y pasábamos horas inundando el piso de goma. Las computadoras para hacer la tarea eran privilegio de muy pocos y ni se diga de contar con una impresora de esas de la oficina del abuelito, que tenían unos rollos interminables de papel y hacían tanta bulla como un avión al despegar.
Si bien en el colegio teníamos clases de computación y la oficina de la directora contaba con una inmensa fotocopiadora para exámenes y ese tipo de cosas, no fue hasta los estudios generales de la universidad en que empezamos a convertirnos en asiduas visitantes de los centros de fotocopiado y las cabinas en donde tipeaban –a doble espacio y con papel de calcar Pelikan– las interminables monografías. A los pocos años, la casa de quien tenía una PC era el sitio indiscutible para hacer los trabajos en grupo, pero igual había que grabar todo en un disquete y llevarlo corriendo hasta un centro de copiado para imprimir. Eso sí, el presupuesto mensual estaba básicamente dominado por las copias que sacábamos de los apuntes ajenos, libros, separatas y demás.
Fue por aquellos años –finales de los noventa– que los negocios ligados a estos tres elementos –impresoras, computadoras y fotocopiadoras– crecieron exponencialmente. Y no se trataba de que existieran más universitarios, sino de que algunos emprendedores encontraron la forma de hacer negocio con unos equipos que poco a poco iban bajando de precio.
Si bien las impresiones y copias existen desde que el buen Gutenberg descubrió la imprenta, allá por el año 1455, fue recién en 1938 cuando Chester Carlson sacó una primera copia en papel mediante un proceso conocido como xerografía (copia en seco), que más tarde Xerox se encargó de llevar al mundo entero. Para el año 1960 Canon también entró al negocio de las copias en papel, pero los equipos distaban mucho en tamaño y funciones de los que conocemos ahora. Eran enormes y costosas máquinas que se utilizaban solo dentro de las grandes corporaciones.
EMPRENDEDORES
En nuestro país, como bien recuerda Julio Gagó Pérez, presidente del directorio de Jaamsa, el despertar del negocio de fotocopiado se dio en los ochenta, cuando la demanda creciente hizo que el negocio de su padre pasara de tener un par de máquinas apretadas en un pequeño local a tener más de 100 máquinas distribuidas en cuatro locales. Y para este siglo, añade, se logró tener, al menos en Lima, un centro de copiado –solo o anexo a una bodega– en cada cuadra y más de cinco grandes importadores que proveen de equipos de copiado a miles de emprendedores.
Gagó cuenta que lograr la masificación de las copiadoras no fue sencillo. Incrementar las ventas, relata, dependía de tener precios asequibles para los bodegueros, pero no lograba que los distribuidores locales les dieran un descuento. Por eso decidió viajar a Estados Unidos para sentarse a negociar con los mayoristas. Allí encontró que los equipos le costaban la mitad y que podía ser el representante exclusivo de marcas como Konica y Minolta.
Una vez cerrado el trato, y con las adecuadas estrategias de márketing, el negocio caminó hacia arriba acompañando el despertar económico del país, y no se vislumbra una muerte cercana, aun cuando lo digital va ganando terreno, porque la penetración de Internet sigue siendo modesta.
UN NUEVO FUTURO
A medida que el negocio del centro de fotocopiado se expandía rápidamente, los precios y tamaños de los equipos de impresión o fotocopiado doméstico también se fueron reduciendo. Para inicios de siglo, según comenta Fernando Grados, gerente de Dominio Consultores, la media era tener una impresora por cada computadora. En la actualidad tenemos tres PC por una impresora, porque las conexiones en red son usuales tanto en oficinas como en casa. Pero la gran revolucionaria de este mercado –que en el ámbito mundial se valoriza en cerca de US$15 mil millones– es el equipo multifuncional, que según Grados está ganando mercado frente a los equipos que realizan una sola función.
Hoy un estudiante de Miraflores o La Molina va menos a la bodega para fotocopiar un cuaderno, porque puede sacar copias desde un pequeño equipo doméstico que no cuesta más de US$250 (diez veces menos que en sus inicios). Los trabajos en grupo los hacen conectados al Messenger y muchas veces no los imprimen, porque el profesor se contenta con recibirlos por e-mail y así preservar la vida de más arbolitos. De más está decir que las exposiciones, incluso en primaria, son elaboradas en Power Point y que hay cientos de respuestas para cada tarea a un clic de distancia. ¿Y el negocio? Tanto HP como Xerox enfocan sus esfuerzos en que sus clientes usen la menor cantidad de tinta y, valga la ironía, impriman cada vez menos.
Ver fuente original
No hay comentarios:
Publicar un comentario